General Javier Flórez, durante la firma del Acuerdo Final de Paz. |
Hoy (26 de septiembre) es un día
histórico, un día crucial para el futuro de Colombia.
Me es inevitable escuchar las noticias
y sentirme orgullosa de tu labor y de tu determinación que te caracterizó desde
el día uno. Recuerdo como si fuera ayer aquella fecha de 2014, cuando llegaste
a casa vistiendo tu uniforme y reuniste a mis hermanos, a mi mamá y a mí para
comunicarnos la decisión que, según tú, alteraría nuestras vidas.
Podría testificar por todos ellos que
en nuestras mentes, teníamos percepciones casi estampadas de que serías
trasladado de nuevo a un lugar inhóspito, aislado o tal vez, inaccesible. Un
nuevo periplo por Colombia.
Y es por ello que tu noticia nos llegó
como un baldado de agua fría, porque cambiarías tu uniforme por ropa civil,
pero tu corazón camuflado seguiría latiendo igual de fuerte. Cambiarías tus tan
admiradas tácticas militares para instruirte en tácticas humanas.
La noticia fue, indiscutiblemente,
sorpresiva y algo atemorizante, pero entendimos que era la decisión correcta.
Por ello te apoyamos y dejamos de lado la percepción equivocada de muchos, sus comentarios hirientes e, incluso, acusaciones basadas en
falacias que se resumían en intentos fallidos por demeritar tu dedicada carrera
y honor militar.
Fueron épocas duras. Lo veía en tus
ojos: esos que podía admirar muy poco, debido a tus constantes viajes a Cuba y,
que aunque estuvieran cerca, vivían escondidos entre tus párpados.
Sin embargo, lograba descifrarlos
porque te conozco tan bien que te es imposible ocultar tus preocupaciones, así
lo intentes.
Tu trabajo intenso, constante,
dedicado, tus capacidades humanas, de conciliación, de entendimiento,
comprensión y justicia son ahora evidentes en lo acordado.
Nada fue en vano Papá, todo valió la
pena, incluso las noches de insomnio. Los días de preocupación y estrés fueron
tan sólo efectos secundarios.
Finalmente, lograste aquello que desde
el principio sabíamos que lograrías.
Cumpliste tu misión como siempre lo
has hecho. Ahora que te veo en casa de nuevo, cada noche intento recuperar la
perdida costumbre de despedirme con un beso y un abrazo, y desearte buena
noche.
Ahora que podemos, algún fin de
semana, visitar tu finca, nuestra finca, recupero esa sonrisa que me hacía
falta.
Ahora Papá, ahora que regresas: sólo te
puedo agradecer por tu labor, por tu trabajo, por lo que lograste.
Te amo inmensamente y en nombre de
nuestra familia, de Colombia y en el mío te digo: ¡Gracias Javier Alberto
Flórez!
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