Es bien sabido que en Colombia la cultura es considerada
hija de menos madre. Todos los gobiernos, sin pocas excepciones, han creído que
lo que se invierte en fortalecer nuestro sentido de pertenencia y de identidad
no es importante. Se olvidan de aquellos valores intrínsecos que conforman los cimientos de una nacionalidad,
hecha de contrastes y nutrida por una historia convulsionada; donde se fusionan
múltiples elementos, que se transforman en la voz de un país que requiere cuestionar
una realidad desigual y sin rumbo claro y que desea luchar por encontrar un lenguaje artístico que nos lleve
a ser ciudadanos más analíticos y críticos con esta
sociedad desigual, para así llegar a un
equilibrio que esté profundamente ligado
con ese progreso intelectual tan necesario.
En épocas electorales, como la que ahora atravesamos, es
muy frecuente que tanto los candidatos regionales como los que tienen
aspiraciones presidenciales digan, muy alegremente, pero con muy poca
sinceridad, que están muy preocupados por darle a Colombia un nuevo rumbo y un
lugar preponderante al quehacer cultural. Hablan de proyectar al país a nivel
internacional, de fortalecer al turismo y otras frases hechas que, como
siempre, no llevan a ningún lado. Mientras tanto, las situaciones críticas se
agravan hasta el punto de volverse inmanejables.
Debido a la mencionada desatención de los diferentes
gobiernos con todo aquello que tenga que ver con el arte, es que las entidades dedicadas
a la difusión cultural tales como los museos, bibliotecas municipales,
universidades, grupos de teatro, músicos, gestores culturales, etc. se ven en calzas prietas para poder cumplir
con su labor. Tal es el caso del Museo de Arte Moderno de Cartagena que ha
podido sobrevivir de puro milagro. Como
se sabe, este hito cultural y arquitectónico de la capital de Bolívar está situado
en un lugar estratégico y privilegiado del 'Corralito de Piedra', junto a la
Plaza de la Aduana y diagonal a la iglesia de San Pedro Claver.
Por eso, entre
otros motivos, debería ser el punto de confluencia de la cultura del Caribe
colombiano y no tendría que correr el peligro de extinguirse sin que la
sociedad haga nada. Es cierto que no está en el olvido total, pero también es
verdad que se mantiene en pie gracias al amor infinito de tres mujeres: Yolanda
Pupo de Mogollón, Marta Zúñiga de Siegert y María Sixta Bustamante, quienes,
con una tenacidad admirable, con un espíritu de lucha especial y un compromiso
con la ciudad inquebrantable, hacen que se lleven a cabo allí diferentes
eventos de toda índole.
De un tiempo a esta parte, las dificultades económicas y la
falta de apoyo distrital y nacional han incrementado una crisis que no se puede
dejar avanzar. Urge que el país tome cartas en el asunto. Cartagena es la ciudad más visitada por
extranjeros. En la retina de los visitantes se quedan las imágenes de una serie
de obras pictóricas y escultóricas que narran la historia artística de Colombia
y las tendencias del pensamiento estético en Occidente, desde del siglo XX y lo
que va corrido del siglo XXI. De allí que sea importante preservar los tesoros
que allí están consignados. Todo el esfuerzo realizado por muchos años para
preservar y difundir este legado de creatividad que es testimonio de una fusión
de diversas creencias, cosmogonías y que constituyen la síntesis de un país que
indaga por una personalidad propia y distintiva. Confluyen elementos propios de
una cultura fortalecida por la fusión de etnias disimiles y con la cosmogonía
peculiar e irrepetible.
Cartagena ha tenido desde 1891, cuando se funda la Academia
de Bellas Artes de Bolívar, dirigida por Epifanio Garay, tiene una vocación que
consolida una tradición pictórica muy importante. Esta ciudad, quizás por la
presencia de atmósfera marina invita a desplegar la imaginación creativa que,
alentada por la luminosidad del cielo tropical, permite que las pupilas de
quienes la observan se hagan libres y crezcan en el horizonte para
transformarse en un espíritu viajero capaz de reflejarse en el Arte. Esta
realidad se corporiza en una serie de artistas que se han destacado
mundialmente tales como Enrique Grau, Darío Morales, Bibiana Vélez, Hernando
Lemaitre, Heriberto Cogollos, Alfredo Guerrero, Cecilia Porras, Cecilia
Delgado, Tere Perdomo, Gonzalo Zúñiga Ángel, Cheo Cruz y otros muchos que han
enriquecido al Arte colombiano.
Sin embargo, se habla y, con mucha razón, de que esta
ciudad ha dejado de lado su tradición histórica y cultural, para darle paso a
unas conductas chabacanas que ofrecen a los turistas como si fueran la esencia
de nuestra identidad. Partiendo de ese supuesto “atractivo”, es fácil deducir
que se haya descendido aún más y que se haya llegado a la deplorable situación
de dejar atrás una vocación digna y que enaltece a este terruño para darle paso
al turismo sexual y de drogas. Ese tortuoso camino debe enderezarse de
inmediato. Para lograr lo que es fundamental para Cartagena es necesario que
exista un mandatario local con el suficiente carácter y valentía, para ejercer
su autoridad y que se decida a trabajar con firmeza apoyando y promoviendo los
proyectos culturales que fortalezcan aquellas tradiciones que fusionan todos los
aspectos inherentes a las raíces que le dan solidez ética y estética a la
colombianidad.
El MAMC merece ser preservado por todos, llámense Gobierno
Regional o Nacional, grupos financieros, empresas privadas y ciudadanos del
común. Lo fundamental es fortalecer e incrementar la producción artística que
ponga a la ciudad en el liderazgo intelectual que siempre tuvo y la aleje de
ese universo denigrante en que ha caído desde hace unas décadas. El tiempo de
la indolencia debe acabar YA. No hay detenerse
ni un momento. Cartagena se merece el respaldo de todos y Colombia requiere
fortalecer sus instituciones culturales.
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