Tanto
juego de palabras no podía pasar inadvertido en mis cavilaciones diarias y,
después de pensar sobre ello he sacado varias conclusiones acerca de las
palabras que me gustaría compartir. Y más las que me gustaría oír de los
líderes políticos de mí país que se han acostumbrado, al acercarse los eventos
electorales, a hacer uso de una descarga de palabras, agravios, insultos y
verborreas que desdicen de la riqueza de nuestro idioma: el Castellano, y de
las diversas formas de lenguaje que reconoce nuestra constitución en su
artículo 10.
Los más
bellos poemas fueron escritos en lengua quechua, y las conquistas románticas célebres
han sido producidas a partir del magnífico uso de las palabras. Considero que
la más grande riqueza del ser humano es contar con una madre, luego el ver, el
hablar y el poder leer.
Parece ser que quienes han
usurpado el liderazgo en nuestro país han olvidado el para qué se hizo el
lenguaje. En esta semana que termina, el Congreso Nacional, qué es la representación
democrática de esta Nación, exhibió un espectáculo de insultos, gritos y malas
maneras, que demuestra la pobreza de nuestros líderes, que se hacen mal llamar
políticos, quienes ya no buscan el bien común –como lo define la Real Academia
de la Lengua, al definir la palabra Política, arte de buscar el bien común–.
Siempre me
ha gustado utilizar las palabras para medir a las personas que las usan. ¿Qué
significa que en nuestro día a día usemos unas palabras y otras no? ¿Qué
explicación tiene que unas palabras obtengan nuevos significados y otras caigan
en el olvido? ¿Por qué una persona utiliza palabras muy concretas y otras
demasiado alejadas del buen uso del lenguaje?
El uso de
las palabras se basa en la utilidad; tanto es así que las palabras que usamos
son exactamente las mismas que necesitamos para expresarnos. Por lo tanto, si
una persona, en su día a día, no necesita expresar nada relacionado con su
existencia, simplemente no hará uso del lenguaje. Nuestros líderes, que debieran
marcar el derrotero de lo que significa construir sociedad, han olvidado por
completo lo sagrado que debiera parecerles hacer uso del recinto del Congreso
para expresarse.
Tanto la senadora
Claudia López, como el senador Álvaro Uribe Vélez, y como cada uno de quienes intervinieron
en el debate sobre la corrupción, mostraron su forma espuria de comunicarse.
Por lo
tanto, las palabras pueden indicarnos muchas cosas acerca de las personas y la
sociedad. El hecho de que todos conozcamos y usemos a diario palabras, sugiere que
cuando las escuchamos a través de insultos y descargas de ira, son solamente la
revelación del carácter de quien las pronuncia.
De verdad,
no quiero imaginarme gobernado a través de las palabras de trueno que emite la senadora
Claudia López, las que responde el senador Uribe, y las que replica el senador
Cepeda, además de los alfiles y peones que les siguen en una secuencia de
degradación de la palabra, olvidando que la palabra tiene el poder de
transformar, de dar vida. Fue por la fuerza de la palabra que el creador dijo
hágase la luz, y la luz fue, o por las que el Salvador del mundo llamó con el
poder de la palabra a Lázaro, quien según el relato bíblico ya hedía, y sin
embargo el poder de la palabra lo llamó a la vida.
Nuestros
líderes políticos han quedado en el sepulcro de Lázaro, hieden, y lo hacen
desde tiempos inmemorables. Quiera la Divina Providencia iluminar a nuestros
electores, y poder terminar ese cementerio de hombres blanqueados por fuera,
porque sus acciones y hablar han corrompido la sal de la palabra.
Tenemos la
oportunidad de devolverle al recinto del Congreso la inmarcesible pulcritud que
se merece, eligiendo no a quien más grite e insulte, sino a quien ostente la
pulcritud de la palabra y más allá la de los hechos.
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