El 2018 que inicia es el año de las decisiones. Además
de ser año electoral, será el momento crucial para definir el alcance de la
implementación del acuerdo Santos - Farc y la profundidad de las reformas
negociadas entre ellos. La medición en las urnas no se limitará a escoger
nuevos congresistas y presidente: será la oportunidad de expresar qué tipo de
paz tendremos.
La paz que queremos no es una paz de papel. Los
colombianos hemos y seguimos soñando con una Paz Justa, una que permita a cada quien
asumir las responsabilidades que le atañen, de manera real y concreta. La
Justicia no puede ser vista como “un palo en la rueda” de la paz, ni mucho
menos como un instrumento de venganza como lo ha dicho el presidente Santos.
En experiencias anteriores se repitió como estribillo
la existencia de “fuerzas oscuras” que saboteaban los esfuerzos por lograr la
paz. En un error garrafal, este gobierno fue mucho más allá y graduó de
“enemigo” a todo aquel que se atreviera a criticar del proceso.
Del otro lado, las cosas no se perciben nada bien.
Muchos esperaban que el carro diseñado para las Farc arrastrara también al Eln
y que la salida común se convirtiera en la receta mágica para disolver a la
guerrilla. No los conocen.
Para entender la postura de los elenos es necesario
tener claro: 1) que lo que está sucediendo en Quito no es una negociación sino
una fase exploratoria y lo que se esta discutiendo es una agenda; 2) que la
desmovilización incompleta de las Farc ha permitido la migración de
guerrilleros que no creen en el proceso hacia otros grupos, incluido el Eln; 3)
que esa “reorganización” implica no sólo el traslado del personal, sino de
conocimiento táctico y nuevas capacidades en términos de entrenamiento y
ubicación de las caletas con armamento; y 4) que los que salieron son quienes
tienen menos esperanza de quedar impunes en la JEP. ¿Mutación y reagrupamiento?
Las sangrientas acciones del Eln en varios
departamentos como Arauca, Nariño y la Costa Atlántica evidencian estos puntos
con particular dureza y han desatado cierto pánico disimulado entre los
defensores del proceso. Un buen ejemplo puede verse en el reciente artículo
publicado en La Silla Vacía[1]
por Kyle Johnson, analista de International Crisis Group, quien intenta
desmentir que “...las disidencias de las Farc no son ‘disidencias’ sino que
siguen siendo parte de la misma guerrilla y que lo hacen con el fin de cumplir
una estrategia de hacer política con un pie en la legalidad y otro en la
ilegalidad. Son la retaguardia de la ex guerrilla...”. Para probar su
argumento cita algunos casos de divergencias y peleas de poder entre unos y
otros que parecen justificar un deslinde entre quienes mantienen la opción del
terrorismo como medio de desestabilización y otros que le apuestan a la
cooptación aparentemente pacífica del sistema político.
La línea subyacente es la de una izquierda necesitada
de reafirmar que la guerrilla es el peor estorbo en su camino hacia la toma
política del poder, un eufemismo plantado desde el revisionismo interno surgido
de la Caída del Muro de Berlín y enfocado a rescatar alguna vigencia de esa
ideología.
Nadie ha dicho que el partido político de la “rosa
roja” y las disidencias sean lo mismo, pero su accionar si puede ser la suma de
estrategias paralelas diversas que coinciden en un acuerdo de “establecer un
modelo socialista - comunista” expresado en las conclusiones de la X
conferencia guerrillera del Yarí en 2017. Incluyendo el cambio de brazaletes
con el Epl.
En la teoría de la combinación de todas las formas de
lucha, hay caminos aparentemente divergentes que convergen en un objetivo
común.
En la realidad, ocurren situaciones peculiares como la
presunta emboscada del pasado 21 de enero en Arauquita, donde apareció muerto
Víctor Manuel Barrera, empleado de una petrolera e incendiado el vehículo en el
que se transportaba. Los medios sólo mencionan que “un grupo disidente”
atacó una caravana de desmovilizados que regresaban de una reunión en la vereda
La Unión sobre erradicación de cultivos, hacia el Espacio Territorial de Capacitación
y Reincorporación - ETCR de la vereda Filipinas.
Fuentes muy confiables que me piden anonimato afirman
que no hubo reporte previo de una reunión en La Unión con ese temario; que los
únicos armados presentes en el sector eran los escoltas de desmovilizados; que
varios disparos afectaron únicamente el parabrisas frontal de la camioneta
Nissan de placas SOZ-016 de Girón; que el cuerpo apareció con impactos en el
pecho y que quedó sin establecerse el origen del incendio del vehículo. ¿Falló
la emboscada y todos ilesos, menos uno?
Parece demasiado conveniente salir y decir que la
víctima “resultó muerto por el cruce de disparos” como informó Caracol
Radio[2]
y que el incendio del vehículo también corrió por cuenta de los tales
disidentes.
De paso, míster Kyle Johnson olvida mencionar la
captura el 9 de enero de Edwin Durán Lizcano y Zoraida Aldana Vásquez,
desmovilizados que transitaban en una motocicleta por la misma vía entre las
veredas Filipinas y La Unión, transportando 1.248 cartuchos calibre 7,62 mm y
836 cartuchos calibre 5.56 mm. ¿Para quién iba esa munición?
Tal vez Henry Pérez, responsable de Farc en el ETCR de
Filipinas, Juan Torres y Alfonso López (alias Efrén Arboleda, ex-comandante del
Frente Décimo de las Farc) tengan algo que aclararle a la Fiscalía General de
la Nación por estos hechos.
Rafael González
Richmond
[1] JOHNSON, Kyle: “Las
disidencias: ni el plan A, ni el plan B”. Consultado el 29 de enero de 2018. Disponible
en línea en:
http://lasillavacia.com/silla-llena/red-de-la-paz/historia/las-disidencias-ni-el-plan-ni-el-plan-b-64341
[2] Caracol Radio: “Nuevo
atentado contra integrantes del partido Farc en Arauca”. Disponible on-line en:
http://caracol.com.co/radio/2018/01/21/nacional/1516569652_326314.html
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